El vicepresidente 2º del Colegio Médicos de Málaga nos habla de la necesidad de estar atentos para que la Inteligencia Artificial en medicina no deje de lado la ética ni el humanismo.
La medicina es la carrera de fondo de la humanidad contra la enfermedad. Infinidad de personas generosas a lo largo de la historia con su ciencia y conciencia han dedicado sus vidas al progreso en el conocimiento médico. En esta lucha titánica frente al dolor y el sufrimiento, sintieron todos ellos el peso de la responsabilidad y del compromiso con los más vulnerables y débiles. Sus vidas conforman en demasiadas ocasiones la crónica de un imposible que no les hizo cejar en su noble empeño de tratar de curar o al menos de aliviar a las personas cuando enferman. Los profesionales de la medicina hemos crecido a hombros de estos gigantes en humanidad.
Hay periodos de aceleración en el conocimiento y la tecnología médica que abre a nuevos escenarios para enfrentarse a la enfermedad con mejores y mayores garantías de éxito. Podemos afirmar que de la mano de la denominada Inteligencia Artificial (IA) nos encontramos en uno de ellos. Su realidad y sus promesas de valor suponen un auténtico reto en este siglo XXI que es equiparable a lo que supuso por ejemplo el descubrimiento de la estructura del ADN por James Watson y Francis Crick en el siglo XX, con el que se abrió la puerta a la genética molecular, a la secuenciación del genoma humano, la terapia génica o la medicina personalizada.
Todo este proceso de innovación disruptiva del que estamos siendo protagonistas y testigos, puede entenderse gracias a la gran evolución de nuestra vida en el escenario digital por un lado y por la experiencia transformadora de la aparición del Chat-GPT por otro. La condición humana es ya condición digital como defiende el humanista español que trabaja en Canadá, Juan Luis Suárez. La aceleración de la digitalización durante la pandemia por COVID-19 no ha hecho sino confirmar el camino que emprendimos en los primeros años de este siglo. A pesar de este hecho, todavía se mantenía cierto escepticismo frente a la nueva revolución en ciernes que estaban profetizando algunos autores con la implosión de la IA. Sin duda se ha pasado del escepticismo a la toma de conciencia de lo que supone esta revolución tecnológica con la asombrosa experiencia con Chat-GPT.
En el terreno médico, es una realidad palpable que la IA puede aumentar la capacidad de los sistemas de salud para mejorar la atención al paciente, proporcionar diagnósticos precisos, optimizar los planes de tratamiento, ayudar en el desarrollo de nuevas terapias o apoyar la preparación y respuesta frente a las pandemias, entre una multitud de potenciales actividades a desarrollar.
Este océano de nuevas posibilidades para la ciencia médica no está exento de peligros e incertidumbres. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en un documento publicado en el 2021, pidió precaución en el uso de herramientas que se sirven de grandes modelos lingüísticos generados por IA con el fin de proteger y promover la seguridad, autonomía y bienestar de las personas, y preservar la salud pública. La adopción precipitada de sistemas no comprobados podría inducir a errores por el personal de salud, causar daños a los pacientes, erosionar la confianza en la IA y, por tanto, socavar (o retrasar) los posibles beneficios y usos a largo plazo de tales tecnologías en todo el mundo. Es preciso que el potencial de la IA de detectar riesgos para la salud de los pacientes o la comunidad se incorpore en los sistemas de salud de una manera que promueva la autonomía y la dignidad humanas y no desplace a las personas del centro de la toma de decisiones en el ámbito de la salud. Este futuro tecnológico prometedor que dará muchas respuestas a nuestras actuales cuestiones, no debe estar exento de aplicar los principios éticos y la gobernanza adecuada, que son fundamentales en la formulación, desarrollo y despliegue de la IA en el ámbito de la salud.
Este nuevo tiempo necesita al médico humanista del siglo XXI, que sin aspirar a ser un héroe con olor a alcanfor, sí que debe tener el coraje de defender los valores de la dignidad, la libertad, la justicia y la bondad en este contexto tecnológico, asumiendo el costo del constante tráfico fronterizo entre lo digital y lo analógico. Debe contribuir desde dentro a la reordenación de su condición digital. Sólo las personas que sitúan al hombre en el centro del interés y desvelos de toda la humanidad, y no a la tecnología y sus promesas, pueden enfrentarse con garantías a los riesgos de la digitalidad. El humanismo en la época digital debe proponer el derecho a que las personas no nos convirtamos en seres-datos, en los que los productos de la nueva revolución tecnológica de la Inteligencia Artificial seamos los hombres, cuando sólo debemos ser sus beneficiarios. No podemos convertirnos en las víctimas de las plataformas digitales, y organizar nuestra vida en torno a los dispositivos electrónicos que procuran hacer de lo digital lo único real. La idea fundamental de esta nueva ética de lo complejo en la época digital es la de que nosotros, cada uno de nosotros, debemos ser los límites. Lo real es lo humano, no sólo la vertiente digital de su existencia, y por tanto, el humanismo en la época digital no es otra cosa que un cortafuegos antropológico al hombre sin alma que el transhumanismo tecnológico quiere engendrar.