En España, aproximadamente el 30% de los cánceres diagnosticados en mujeres se originan en la mama, por su parte, los varones representan alrededor del 2% de todos los nuevos diagnósticos de esta enfermedad (SEOM, 2024). Muchas de estas personas han recibido tratamiento con quimioterapia neo/adyuvante, hormonoterapia y/o terapia biológica. Tanto las que se encuentran en tratamiento oncológico como aquellas que han superado la enfermedad, se enfrentan a una serie de aspectos físicos, cognitivos, psicológicos y emocionales relacionados no solo con la propia enfermedad, sino también con los tratamientos utilizados. Entre ellos, se encuentra el conocido como chemobrain, término que engloba un conjunto de efectos secundarios cognitivos asociados al tratamiento, independientes del tipo de cáncer, que pueden afectar tanto a la concentración, como a la atención, y a la memoria (Myers, 2013) y que pueden persistir en algunos pacientes incluso años después de haber finalizado el tratamiento.

Las personas aquejadas de estos síntomas cognitivos, entre el 15% y el 75%, refiere, entre otros, problemas de concentración, dificultad para el aprendizaje, para recordar nombres, números y realizar varias tareas de forma simultánea, así como alteraciones en la memoria reciente y la memoria de trabajo (Pertejo y Pinto, 2020). Las pacientes con cáncer de mama son las que más quejas de este tipo presentan, sobre todo a nivel de memoria y funciones ejecutivas (una de cada cinco pacientes) (Ganz, Kwan, Castellón, et al., 2013), quienes llegan a reportar más limitaciones cognitivas que antes del inicio del tratamiento (45,2 % frente a 10,4 %) (Janelsins, Heckler, Peppone, et al., 2017).

El término chemobrain, utilizado inicialmente para describir este conjunto de síntomas ha pasado a denominarse hoy en día “deterioro cognitivo asociado al cáncer”, debido a que el deterioro cognitivo puede darse con fármacos diferentes a la quimioterapia (hormonoterapia, terapias dirigidas, inmunoterapia…) e incluso estar presente antes de haber iniciado el tratamiento (Pertejo y Pinto, 2020).

En este sentido, existe evidencia probada (Ahles, Root y Ryan, 2012) acerca de que son varios los fármacos quimioterápicos los que afectan a las células madre del sistema nervioso central. Aunque también pueden influir otros factores como la terapia hormonal, el malestar emocional, el envejecimiento, la fatiga, las alteraciones del sueño o la menopausia (Falleti, et al.,2005).

La causa fisiológica de dicho déficit parece ser la excesiva producción de citoquinas (pequeñas proteínas que son cruciales para controlar el crecimiento y la actividad de otras células del sistema inmunitario y las células sanguíneas) emitidas por los agentes citotóxicos de la quimioterapia que rompen la barrera hematoencefálica, causan neuroinflamación, producen cambios en la mielinización y dañan la neurogénesis hipocampal (neuronas generadas en una zona del cerebro llamada hipocampo y que son las que están relacionadas con la adquisición de nuevos recuerdos) (McDonald et al. 2012). Asimismo, los tratamientos oncológicos pueden inducir un daño oxidativo del ADN, asociado al proceso de envejecimiento del cerebro, y al deterioro cognitivo.

A su vez, diferentes factores psicológicos como el estado de ánimo (depresión, ansiedad, estrés, etc.) y otras variables (dolor, astenia, calidad del sueño, estilo/calidad de vida, etc.) pueden guardar relación en la génesis o mantenimiento del deterioro cognitivo asociado al cáncer, lo cual sugiere la importancia de evaluarse sistemáticamente con las quejas cognitivas para llevar a cabo la mejor intervención posible.

Los efectos que produce el fenómeno chemobrain o deterioro cognitivo asociado al cáncer son principalmente:

Pérdida de memoria verbal a corto plazo, memoria visual, memoria auditiva y memoria de trabajo (con este último término entendemos los procesos que permiten el almacenamiento de la información para realizar tareas complejas como la comprensión del lenguaje, las habilidades matemáticas, el aprendizaje o el razonamiento).
Dificultad para encontrar la palabra concreta para definir una situación u objeto.
Problemas para seguir de manera fluida una conversación.
Dificultad para concentrarse.
Dificultad para poder llevar a cabo diferentes tareas al mismo tiempo, fatiga, confusión (lo que se conoce como ‘neblina mental’ o aturdimiento).
¿Qué podemos hacer para paliar/mejorar este deterioro cognitivo?

La exploración psicológica es fundamental para evaluar y diagnosticar dichos déficits.

Asimismo, desarrollar protocolos de intervención y rehabilitación cognitiva, así como de rehabilitación emocional y psicológica. Trabajar para estimular determinadas áreas y procesos cerebrales, pero también hábitos saludables, así como atender el malestar psicológico y emocional.

En la clínica vemos que el resultado de la rehabilitación cognitiva se enriquece cuando a su vez se fomenta el llevar a cabo ejercicio físico, alimentación saludable, descanso, se aprende a gestionar las emociones, se entrena en mindfulness/meditación y se trabaja con la persona en el manejo del estrés.

Por ello, además de la rehabilitación cognitiva a través de ciertas tareas en consulta, la persona puede realizar diferentes acciones para mejorar sus funciones cognitivas, y llevar a cabo actividades en la vida cotidiana, con objeto de aumentar la seguridad en sí misma, minimizar el malestar psicológico/emocional y mejorar su calidad de vida.

Algunas de ellas son:

Realizar una planificación diaria de actividades con recordatorios. Planificar las tareas a realizar en diferentes pasos. Esto nos ayuda, por un lado, a no olvidarnos de nada y, por otro, a aprender esa tarea como un hábito.
Ejercitar el cerebro. Crucigramas, sudokus, sopa de letras, …
Lectura de artículos, revistas y libros con sucesiva reelaboración de la información que se ha retenido, con el objetivo de ver si realmente ha entendido lo que ha leído.
Establecer y seguir rutinas.
Usar recordatorios. Llevar una agenda, poner post-it en lugares visibles, tener una pizarra con las rutinas, o programar alertas en el móvil.
Organizarse. Tratar de no realizar diferentes tareas al mismo tiempo.
Ejercitar la memoria. Utilizar recursos mnemónicos (usar fórmulas o rimas que ayuden a recordar).
Mindfulness, meditación, … también contribuyen a mejorar el rendimiento cognitivo.
Manejar el estrés.
Disminuir la autoexigencia.
Descansar y dormir lo suficiente, entre 7-9 horas.
Llevar a cabo algún tipo de ejercicio físico.
Cuidar la alimentación. Tomar frutas, verduras, frutos secos, pescado azul, huevos… pueden contribuir a mejorar la función cerebral.
Evitar el consumo de tabaco, alcohol y grasas.

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