educarLa conducta se aprende desde los primeros momentos de la vida del niño, y el conocerá tiempo las leyes que rigen este aprendizaje nos permitirá educar mejor al niño y evitar problemas que puedan influir negativamente en su desarrollo personal.

Partimos de la idea central de que los padres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos y que este comportamiento es aprendido y puede modificarse. Inicialmente, es importante que se tenga en cuenta qué conductas estamos reforzando y cuáles no, y si las conductas que reforzamos son las adecuadas. En este sentido, cualquier reacción por parte de los padres durante o inmediatamente después de cualquier conducta de su hijo, la refuerza: ya sea prestándole atención para alabarle o para regañarle.

Cuando el niño realiza una conducta inadecuada, si no le prestamos ningún tipo de atención estaremos contribuyendo a que abandone esa conducta. Por el contrario, si queremos que realice más frecuentemente una determinada conducta deberemos reforzar su acción por medio de nuestra atención, alabanzas, palabras de ánimo, caricias, etc. En conclusión, una conducta se mantiene o desaparece según los efectos o consecuencias que se obtengan tras su realización.

Cualquier reacción por parte de los padres y personas del entorno del niño, durante o inmediatamente después de cualquier conducta que éste realice, la refuerza: tanto la alabanza para premiarle, como la reprimenda para intentar corregirle. Aquí señalamos algunas reglas a recordar, resumen de un programa de entrenamiento para padres o “Escuela de Padres”:

–   Cuanto más se retrase una recompensa menor será su efecto.
–   La recompensa debe facilitarse después de que se haya realizado la conducta adecuada y nunca antes.
–  No olvide premiar cualquier esfuerzo o progreso del niño por pequeño que parezca.
–  No añada nunca una crítica a una recompensa, para que ésta no se convierta en un castigo, como en el siguiente ejemplo: Raquel ha aprobado, por fin, las matemáticas, y su padre le dice: “muy bien, así me gusta”, pero acto seguido comenta, “pero si te hubieras esforzado más habrías llegado a notable”. En este ejemplo puede verse cómo lo que era un premio se ha transformado en una crítica, produciendo en la niña desaliento al llegar a pensar: “da igual que me esfuerce, haga lo que haga nunca están contentos conmigo”.
–  Recuerde que nunca se debe premiar la conducta que se desea extinguir.
–  Observe a su hijo para determinar qué recompensas resultan más positivas para el niño. La recompensa tendrá mayor efecto cuanto más satisfaga al niño.
–  No sea “tacaño” a la hora de recompensar al niño.
–  Evite, siempre que sea posible, los refuerzos a muy largo plazo. Es bastante común prometer al niño la bicicleta, el tren, el juego o el viaje para el final de curso, si saca buenas notas. Pero el niño tiene que esperar mucho para ser recompensado y los esfuerzos cotidianos que deberían ser reforzados en el momento nadie se los premia. En lugar de ello, es posible que se le esté amenazando continuamente con la posible pérdida del premio final: “haz lo que quieras pero si hay suspenso no hay tren eléctrico”.

 

 
Francisco Manzaneda Pérez. Psicólogo Máster en Psicología Clínica y de la Salud

 

 

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